Admiro la capacidad del lenguaje humano de traer cosas al mundo que no son del mundo. La muerte como muerte no es fin, ocaso. Nosotros somos efectivamente dioses, traemos al mundo lo que no es del mundo y lo codificamos en relatos. Ese es fundamentalmente el trabajo del artista y del filósofo, traer al mundo lo que no puede ser aquí, codificarlo en relatos. Pero cada uno es un relato, cada cual es "relatado" un millar de veces por distintas voces a lo largo de su existencia. De aquí que seamos todos y cada uno a la vez un sinfín de relatos. En ese sentido, diría que no podemos ser aquí, pero somos puestos en el mundo a la manera de relato. Cada cual posee un tipo de codificación distinta, pero como cada relato es distinto, cada código es susceptible de mutar. Y en esa adaptabilidad del código, podríamos decir que se encuentra toda clave de nuestra existencia. Nadie, ni siquiera nosotros mismos podrá nunca conocer el secreto que cada uno oculta, su propio código de la existencia. Ni siquiera la ciencia podrá, porque a): la ciencia es un relato, b): la ciencia pretende ser un relato forzadamente inquebrantable, supremo, y precisamente si hay algo que nos define como relato es nuestra capacidad para mutar de forma y significado, a lo largo de las generaciones. Después de la muerte, que es el relato de los relatos, flotamos libremente en el vasto océano de los significados, mutando de forma en forma, resisitiendo así a la incansable fuerza destructiva y corrosiva de la naturaleza terrestre, temporal. Esta es entonces nuestra única condición plena de libertad, la que se da hacia el tiempo del relato de los relatos.
Será entonces, y para concluir con este breve ensayo, tarea del artista y el filósofo traer aquello que no puede ser del mundo y codificar su presencia a través del relato.
Este relato no podía ser del mundo, por eso lo traje aquí...
viernes, 19 de septiembre de 2008
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1 comentario:
...con los extensos dibujos en la noche, el cielo nos relata, la historia. Los hombres ya han llorado con las estrellas...
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